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Archive for the ‘Lo de dentro’ Category

El duende está mirando a los peces.
Tiene el poder de detener el tiempo y de leer algunas mentes.
Por eso no se mueven las agujas del reloj que cuelga en la pared.
Ella tampoco se mueve.
Ahora todo está quieto en la casa,
el duende, la tortuga, el reloj.
Todo salvo los peces, y cada uno tiene un nombre para ella.

El duende mira a los peces.
Lleva tanto tiempo observándolos que ya los comprende un poco,
sospecha sus motivaciones, imagina sus sueños.
Pero no anota nada, nada registra en un papel.
Sólo disfruta de este regalo que le dio la vida:
unos peces, dentro de un mundo, dentro de su propia casa.

Hace un rato, cuando todavía corría el tiempo,
fue a cambiar un filtro y se ha quedado mirando a los peces.
El duende sumergió su corazón en ese mundo de agua
y detuvo el tiempo, una vez más.
Cuando ella lo decida, dejará de observar el acuario.
El segundero del reloj de la pared retomará su marcha innegociable
y ella volverá a otro de sus mundos.
Éste es más grande, más frecuente,
y está lleno de hojas, de grandes montañas, de un patio,
de cada frío, de la imagen de otra casa.

Ella, el duende, sale de casa.
La tortuga comienza a recorrer el pasillo.
Los peces continúan persiguiendo sus sueños.
El reloj de la pared vuelve a marcar cada minuto.

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Hace una noche preciosa

Calor.

Pero de ese que no es asfixiante.

Noche cerrada, de hecho, ya es mañana.

Por las ventanas, abiertas de par en par, entra el aire y se oye la ciudad. Las teles de los vecinos, sus radios, algún rezagado limpiando sus cacharros.

Dentro de unas pocas horas, toca levantarse para ir a trabajar.

Y solo se que lo que debería hacer, antes de meterme en mi cama, es bajarme con dos amigos (que saben perfectamente quienes son), a untarnos a cubatas, hablar hasta las tantas, y Dios sabrá mañana. Y los tres sabemos de que bar en concreto estamos hablando.

¿Por que nos hacemos la vida tan dificil a veces?

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Despierto

El primer rayo de sol en la terraza
y al rato despierto tras un profundo invierno,
que dura ya dos años largos.
Porque no me queda más remedio
que estrenar esta primavera
y salir a caminar mi barrio.
 
Porque me he tropezado con una sonrisa
oscura, silenciosa y que no entiendo.
La sigo, me acerco a ella,
me riega de vida, me salpica,
le cuento historias sin mucho sentido,
a ver si se queda un poco más conmigo.
 
Yo la hablo con torpeza,
con mi cuerpo aún aletargado.
Un recuerdo grapado también despierta,
lo conozco, lo temo y no recibo.
Yo le dejo, arrinconado, acompañarme
esperando que se canse y me abandone.
 
Mientras tanto trabajo,
me lavo, me ordeno, desayuno,
para empezar ya un día hermoso,
en que debo ser cada minuto.
 
 
 

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